
Que no debe preocuparme aquello de lo cual carezco, sino que mi preocupación debe estar en hacer brillar aquello que sí tengo, y si así hiciere, lo que no tengo ni se notará y si se llegare a notar, la luz que irradie aquello que tengo, lo ha de opacar.
Que si no puedo evitarlo no debe preocuparme lo que perderé, sino que mientras pierdo algo debo saber que lo que tengo podré embellecerlo y que podría descubrir cosas que antes ignoraba.
Que en cuanto a mí hay muchas cosas de las cuales no tengo control, pero hay muchísimas de las que sí, y de las que tengo control debo asegurarme de hacer con ellas lo correcto, y de las que no puedo controlar, se las debo dejar a Dios.
Que aunque diga lo que diga, no podré ayudar a cambiar a aquellos que no me den el permiso para hacerlo, aquellos que no deseen cambiar, y que en tal caso solo me corresponde amarlos y respetarlos tal y como son.
Y Dios, me enseñó “que debo bendecir a los que me bendicen y perdonar a los que me maldicen”.